jueves, 12 de septiembre de 2013

Verano pasado (parte II)


2010


Y sin embargo, fíjate, Agosto me cogió en volandas, me besó los párpados y me estrujó las costillas en un abrazo que, quise creer, era sustituto de las palabras que por su naturaleza no sabía decir.

- Quiero que festejen mi muerte durante días, bebé - me dijo una de las últimas noches, con los ojos dorados abiertos como platos y la sonrisa flotando en los labios. - De hecho, quiero una fiesta que dure tanto que retrase la fiesta de la muerte del siguiente. - aquí sus ojos brillaron por un segundo con celos, y yo decidí asentir despacio.

Ya sabía que Agosto podía desencadenar una furia que me destruiría sin querer, pero tenía claro que iba a ser su funeral, no el mío.

A la mañana siguiente desperté sola, y tuve que vestirme y bajar a la calle para darle los buenos días.

Ahí estaba, orquestando al menos a un centenar de personas para construir la que sería la mayor fiesta del año.

- Buenos días, bebé - su sonrisa infantil se desbordaba por los lados de su cara, y consiguió que olvidara por completo que odio despertarme sola.

Me agarró por el brazo y tiró de mí para besarme, un poco ansioso, como siempre.

- Faltan apenas unas horas - me dijo en un susurro, con los ojos cerrados - ¿De qué te acordarás?
- Me acordaré de... - Agosto parpadeó, expectante, sin soltarme - Me acordaré de nuestro terrible síndrome de abstinencia de adrenalina, porque nunca es suficiente, de cuando mirábamos las estrellas con prismáticos porque nunca tuvimos telescopio, de los momentos en que pensamos que la cama es el mejor lugar del mundo, de los rituales en los que nos pintábamos con los colores de nuestra guerra particular, de que nos lloviera en los ojos, por supuesto del cielo de fuego, y sobretodo de cuando fuimos a la playa, cogimos moras durante horas y nos manchamos todos los dedos y las bocas, de tus historias de hace millones de años y que me descubrieras que las dunas se mueven porque son animales tan antiguos que respiran una vez cada mil vidas humanas, me acordaré del agua transparente que corta con el frío de los cristales de sal, del cielo azul, opaco, duro, como tú, mi querido Agosto. Azul, opaco, duro... loco.
Me acordaré de tus accesos de locura, de tu manera de poseerme la mente y hacerme ser como nunca he sido antes, una cabeza hueca, una sabia de piedra mohosa, una niña llorando desconsolada, una mujer que le sonríe con arrogancia al futuro. ¡Alguien que le da el número de teléfono a gente que no le interesa, y cuando cree conocer a alguien que vale un poco la pena, se olvida por completo hasta que se muerde los labios con algo de rabia y vergüenza! Me acordaré de los momentos en que me diste vueltas hasta que me dejé llevas, y de los momentos en los que te abracé para que estuvieras parado unos segundos.
Me enseñaste a volver a leer, a recordar mis normas de cuando era pequeña (los buenos siempre acaban bien, cuando hay cirros en el cielo es un buen día para escribir...), me dejaste caer en brazos de otros hombres solo para complacerte cuando volvía a ti, y me recogiste cuando insistía en recuperarme de las estúpidas heridas que me producía mi padre. Me devolviste a la ciudad en la que nací... me hiciste sentir abrumada y pequeña cuando recobré la consciencia completa de mí misma y de todo lo que nos rodea después de tanta frivolidad y soledad interna.
Me acordaré de cómo me emborrachabas con tus besos, y de que compensabas mis resacas acariciándome el pelo por la mañana.
... Me acordaré de ti cuando señalabas el cielo, emocionado, y decías "¡Adoro los días en los que la luna y el sol están tan cerca!"

Julio hubiera enmudecido. Sí, no puedo evitar compararlos, pero es sin ningún tipo de malicia, solo con curiosidad. Así que eso, Julio hubiera enmudecido, su expresión se habría convertido en una máscara triste y seguramente se hubiera resquebrajado de nostalgia ahí mismo.

Y sin embargo, fíjate, Agosto me cogió en volandas, me besó los párpados y me estrujó las costillas en un abrazo que, quise creer, era sustituto de las palabras que por su naturaleza no sabía decir.

- No olvides que conociste a un etíope de ojos tristes y que aprendiste que hay tantos tipos de amor que no es justo que haya una sola palabra para todos ellos.

- No me olvidaré - estuve tentada de pedirle que me dijera que me quería, pero sabía que mi pequeño desliz del mes le había herido profundamente, y que no se arriesgaría nunca más... en las pocas horas de vida que le quedaban.

Me hizo dar una vuelta sobre mí misma, y me soltó para decirle al centenar de personas, que llevaban un rato ejerciendo de espectadores:

- ¿A qué esperáis, hermanos y compañeros? Afinad los instrumentos, descorchad las botellas, ¡ya puede empezar la fiesta de mi muerte!
No hacía tanto que había llorado por dentro, pero esta vez las lágrimas me supieron bastante más amargas.

Agosto moriría horas más tarde, postrado en la cama, a punto de invitarme a desnudarme y a pasar la noche con él.



*

0 rumor(es):

Publicar un comentario

 

camina, camina...

Image and video hosting by TinyPic

... y camina

Image and video hosting by TinyPic

desde los cielos, hasta..

Image and video hosting by TinyPic

the end of St.Petesburg

Image and video hosting by TinyPic