sábado, 5 de mayo de 2012

Escala de grises

Ella es exactamente como todas las demás, tanto si la miras de lejos como si la diseccionas al milímetro, hasta entender cómo funcionan las palancas y los engranajes hechos de sentimientos, secretos inventados, y distinguidos gustos musicales.
Ella es una buena persona, como todas las demás. Es inteligente, divertida, le importa la gente que le importa, tiene sueños y ambiciones. Tiene una mirada oscura que parece despierta y ausente a la vez, con el trasfondo de tristeza personal que tiene todo el mundo.

Se recoge el pelo en una coleta y se remanga una manga de su enorme jersey gris, parece preparada para echarse a correr, y los enamoradizos pasarán horas mirándola, intentando averiguar si para huir o para cazar.
Los dedos le huelen a tabaco. La manera en la que respira cuando pasa las hojas de sus apuntes es la prueba final de que está rota por dentro.

Reconozco ese tipo de destrozo mental.
Sin duda, esta chica lleva en alguna parte de su cuerpo tatuado un laberinto de mentiras de una sola línea... que lleva directa hasta ti.
Creyó que podía jugar al juego que tiene fecha de caducidad y salir ilesa. Y tú no tuviste ningún tipo de piedad, ¿verdad que no?
No me malinterpretes, ni te condeno, ni la compadezco.

Puedo imaginar perfectamente lo que le hizo caer tan rápido y tan fuerte. Las conversaciones  a oscuras, las escapadas a esa playa tan secreta, los regalos de una cuerda y dos abalorios. Los amaneceres desde el tejado, los gritos por encima del ruido de la ciudad. Las promesas sin palabras de que erais perfectos el uno para el otro.
Pero tú no haces promesas. Eso es lo primero que le dices a las personas.
Puedo imaginarte conociéndola exactamente en ese mismo centro de donación de sangre. No deja de ser inquietante tu afición a esa práctica, aunque ya no me quedan ganas de analizarte.

Realmente... ya no quedan cosas impresionantes sobre todo esto.

La gente quiere lo que no tiene, y por eso ella se dejó tatuar.
Con lo manipulador que eres, estoy segura de que la retorciste hasta desencajarle los huesos. Hiciste que dudara de sí misma y que se perdiera el respeto. Y al final, claro, ¿qué opción queda excepto la de arrancarse el pelo de la cabeza y acabar con todo?

Eterno soltero. Y tu manía de destruir lo que te aburre.

Ah... ¿de repente te molesta mi cinismo?
Podría achacarlo a lo que pasó, pero ni siquiera voy a darte el privilegio de decirte que me has cambiado, y, francamente, no lo recuerdo con la suficiente claridad.
Lo siento. Tengo memoria de pez y además la costumbre de olvidar lo malo para hacer sitio a nuevos e increíbles momentos.
Con lo cual, sin mentirte, lo único que me queda de todo eso es la sensación de pasarme la mano por el pelo y notar todos los nudos.

Ella levanta la mirada y nos fijamos la una en la otra durante unos segundos. Somos iguales a todas las demás. 
No la compadezco.
Notamos la tortura de la aguja, y los labios que, pasado el tiempo, besaron el dolor hasta hacerlo desaparecer. Sentimos algo.

Si revuelvo en mí hasta encontrar un sentimiento sobre esto, lo único que de verdad me da pena es que veas la vida en esa escala de grises muertos.
Estás jodido por dentro.

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