Pero, ¿sabéis qué? Me fascinan las pesadillas donde lo que más miedo da es la propia sensación de tener miedo. No hay motivo para sufrir en el sueño, pero ahí está ese sentimiento, como un cuchillo clavado en lo más profundo de mi estómago. No sé si os pasará a vosotros, pero mi mente es capaz de producirme a mí misma un terror tan agudo, tan real, tan cegador, que me levanto con lágrimas en los ojos...
Y eso me parece fascinante.
Después de pasar la mayor parte de la mañana callada, intentando que se desvanezca esa sensación, me doy cuenta: comparado con mi propia mente, no debo tenerle miedo a nada. Nada puede hacerme más daño.
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