En alguna parte, seguramente pasado aquel asteroide con forma de sombrero, y por supuesto a años luz ya de todas aquellas cosas que fingí que no me importaban, está el Voyager Interstellar, repitiendo, incansable, todos aquellos mensajes que al final son solo uno (¿no?) y que no dejan de reencarnarse (¿no?), en formas distintas y en momentos distintos, con ojos de diferentes colores.
Hay algo profundamente triste pero al mismo tiempo reconfortante en imaginarse al solitario Voyager recibiendo la luz de diferentes estrellas.