Realmente no hace falta mucho para que vuelva a pensar por mi cuenta. Solo salir de la ciudad y ver los colores, y ya soy capaz de ponerlo todo en perspectiva.
Los colores... hay colores que siempre me sorprenden.
Y es dejar atrás los edificios y todo se vuelve trascendental, todo se vuelve frágil, todo parece clandestino... y de pronto todo es terriblemente cutre.
Eso me pasa por ir pensando en el Jardín de Ediacara y en la Belle Époque, y en melodías a dos voces y en tus ojos selváticos.
El choque con la realidad de mi alrededor es más grande cuanto más insisto en buscarle esa belleza a todo. Al final siempre vence lo subversivo del asunto.
Y es que aunque el invierno húmedo sea triste y solitario en el campo, tan nostálgico, siempre queriendo hacerme volver a vivir cosas que quedaron generaciones atrás... es un invierno pobre cuando se llega a la ciudad y se palpa lo miserable que es la gente.
Me gusta más el verano en esta tierra. El olor a agujas de pino y arena caliente, a sal en el aire, a bichos.
"Estoy hasta las narices de los bichos."
"Adoro los bichos."
Pero sigue siendo invierno y no sé qué hacer con mi cabeza. ¿Sigo sufriendo cuando me paro a pensar? ¿O abarato mi mente?